martes, mayo 10, 2005

HANK (11)

La vida es todo aquello que sucede mientras hacemos otros planes.

Pues no John Lennon. Te equivocaste. La vida es lo que hacemos entre resaca y resaca. Y la de aquella noche iba a ser espectacular.

A pesar de mis casi 100 kilos y mis 190 centímetros (de altura, claro), toda aquella bebida había calado en mi sangre. Tenía los sentidos totalmente anestesiados. Pero podía sentirlo todo. Oírlo todo. Mi cerebro había tomado el mando. Yo sabia que hablaba, que caminaba, incluso que reía, pero no sabia quien estaba dando las ordenes. Estaba literalmente fuera de mi mismo. Si realmente el cuerpo y el alma pueden separarse, yo estaba experimentándolo.

Cerré los ojos.

Cuando los volví a abrir estaba sentado en el salón de Hank.

Enfrente de mi, y tumbado de mala manera en el sofá, estaba Fran. Toda aquella fachada derribada. Tenía la americana haciendo de cojín debajo de la nuca, la camisa abierta casi hasta el ombligo y el pantalón asquerosamente vomitado.

Mire a mi izquierda. A mi lado estaba sentada Ana, con su rubia melena totalmente alborotada. Movía los labios. Debía estar hablándome. Me moje los míos. Estaban secos y duros, como si hiciera meses que no los usara. Me apoye en la rodilla de Ana y me levante. Se me quedo mirando y dijo algo.

-Voy al servicio- escuche decir. Era mi voz. Dios que rara suena mi voz.

Iba descalzo y en manga corta. Apoyándome en la pared llegue hasta el servicio. Me puse de rodillas y me incline sobre la bañera. Mientras me echaba agua fría sobre la cabeza vomite. Me sentí mucho mejor. Bebí. Mi cerebro comenzó a darme un respiro. Volví a vomitar.

La puerta de la habitación de Hank estaba abierta. Estaba tumbado sobre la cama, y su cabeza caía fuera, como colgando. Tenía los ojos abiertos y me miraban. Los ojos, no él. Carla le daba la espalda y le estaba trabajando la polla. Podía verle el coño totalmente rasurado desde esa posición. Bajaba y subía la cabeza a un ritmo vertiginoso. Aquello me puso cachondo. Pero yo no era un mirón. Así que me fui por donde había venido y volví al salón.

Sonaba Brahms en la radio. Danza Húngara 5 si mal no recuerdo. Una delicia para los sentidos.

Volví a sentarme junto a Ana. Al menos ahora era yo quien tenía el timón del barco y no mi cerebro. ´

Fran seguía durmiendo en el sofá de enfrente. Menuda mierda llevaba encima. Y ahora el no podía vigilar a su novia. Mi sueño húmedo de juventud.

Ana no iba del todo borracha. Pero tenía los ojos vidriosos. Yo no la había visto beber demasiado. Así que supuse que le seguía dando al polvo blanco.

La música dejo de sonar.

Por un momento todo pareció detenerse. Solo el sonido oxidado de la habitación de Hank rompía la monotonía. Carla seguiría y seguiría aunque Hank estuviese muerto.

Baje la vista y observe aquellas piernas. El vestido blanco estaba subido por encima de las rodillas. Hay piernas y piernas, pero las de Ana eran magnificas.

Yo siempre he sido un tipo de piernas. Salí de las de mi madre y llevo toda mi vida intentando volver a entrar (aunque de otro modo y con poco éxito) en otras.

Puse mi mano sobre aquella rodilla. Era suave y muy tersa. Solo con aquello muchos de vosotros podríais correros. Ana me cogió la mano. Me asuste. Pero en lugar de quitármela, la subió. Lentamente me subió hasta su entrepierna. Yo miraba a Fran, mientras mi mano se deleitaba con otras vistas. Aquello era puro terciopelo. Sus braguitas eran de encaje (¿Qué otro tipo de ropa interior podía llevar una chica como Ana?). ¿No dicen que no esta echa la miel para la boca del cerdo? Pues allí estaba yo, un autentico degenerado, tocando aquel tesoro, aquella maravilla de la naturaleza.

Silencio…

Se subió la falda un poco más y se quito lentamente las bragas. Mi mano era un intruso en campo de batalla enemigo. Pero seguía viva. Me las metió en el bolsillo (las bragas, no las manos) del pantalón y yo volví al trabajo. Ella estaba muy húmeda. Pude distinguir que, a pesar de lo que siempre había pensado, tenia el coño sin rasurar. Pero aquellos ricitos eran magníficos. Palpe su clítoris. Le gustaba. Y a mi también. Lo acaricié arriba y abajo, haciéndolo girar lentamente. Suspiró. Su respiración se hizo mas agitada. El bulto de mi pantalón tenía ya unas dimensiones admirables. Luchaba por salirse. Le metí el dedo corazón en aquel maravilloso agujero. Se deslizaba. Ella se mordió el labio inferior y me miraba. Yo miraba a Fran.

Seguí trabajando aquel coño hasta que se corrió. Aquella diosa se había corrido y yo había sido el culpable. Viva por mí. Seguramente había pasado a los anales (¿?) de la historia. Alejandro Magno nunca lo hizo. Napoleón tampoco. Ahora era un héroe. Mi propio héroe. Mis nietos escucharían aquella hazaña miles de veces. Interesante.

Ana quito mi mano de entre sus piernas. Se levanto y se bajo la falda hasta su estado natural. Me dio un beso en la mejilla. Yo seguía totalmente extasiado y eso que ni siquiera me había corrido. Fue hasta Fran y le saco las llaves del coche del bolsillo. Abrió la puerta y se fue.

Mire a Fran. Le había vencido en algo. No había sido una batalla justa, pero había ganado al fin y al cabo. ¿Y la historia la escriben los vencedores no?

Decidí que aquella erección había que aprovecharla. Me fui tambaleando hacia la habitación de Hank confiando en que hubiera un agujero libre para mi….